Gonzalo Rojas Pizarro: Poeta

Vagamundo que se radico en Valparaíso entre 1946 y 1952,hizo clases en el Colegio Alemán de Valparaiso Vivió en Cº Alegre donde escribio El libro "La miseria del Hombre"y unos de sus
poemas se llama Fundación de Valparaiso. Con este Poema anclo ,para siempre en nuestra ciudad
Fundación de Valparaíso

Fundación de Valparaíso
I
Yo fundo esta ciudad a cuatrocientos años de haber sido pisada
su playa por el godo,
en el nombre del viento que sale de las rocas
a través de los poros de sus calles estrechas,
como de una mujer de natural sortija
emana el porvenir de sus entrañas
por la matriz de labios cerrados en su angustia.
En el nombre del viento inmarcesible
que toma consistencia en los abiertos párpados
de la marea numerosa,
yo fundo esta ciudad sobre la espuma
y la arena. En el nombre
del viento que me tapa la boca
con la mano visible de su ira
para que no destroce su inocencia al besarla;
yo fundo esta ciudad
en fundamento inconmovible,
como el godo primero, de un soplo convertido
en aborigen de la noche.
Ciudad acorazada en roca viva.
Ruge la luz salada contra el cielo.
Donde todo es espada
en la atmósfera diurna.
Donde hay un cementerio que vuela por la noche
desde el candor de su colina,
y pasea su cola de fuego por la costa,
como una orquesta apenas perceptible
al poeta que vela su armadura.
II
Los hombres y las hembras resbalan en el fuego
de estas calles que caen al mar. Pierden sus ojos
en la contemplación del remolino aciago.
Porque la gravedad y el magnetismo,
lo óptico y lo acústico,
luchan a muerte en su aire de pólvora.
Y el mar, como un martillo,
clava su estilo en los hambrientos túneles
de ascensores que encarnan guillotinas;
jaulas que llevan su carga al infierno.
Las tablas y el cemento participan del mar
y laten en la noche como venas gastadas
por la presión del mundo
que fijó el horizonte
en sus pupilas.
Ojos que abren el saco
de cada tripulante,
y ven en el carbón de su conciencia
como un faro en la trémula neblina.
El mundo desembarca
en esta raya, día y noche. El puente
de las escalas cruje
bajo los pies del mundo
que entra y sale
por la matriz exacta del Pacífico,
en medio de un estruendo
irrespirable por el humo.
También las negras llamas
son parte de ese viento enajenado. El ronco
fuego muerde
la resina y el yodo
de los techos. La luna
sale a mirar a su rival quemada.
Todo es parte del viento, las bocinas
manchan de sangre el mar con sus agujas.
III
Todo es estrecho y hondo
en este suelo ingrávido. Las flores
crecen sobre cuchillos. Boca abajo en la arena
puede oírse un volcán. Cuando la lluvia
la moja, se despeja
la incógnita, aparece
una silla fantástica en el cielo,
y allí sentado el Dios de los relámpagos
como un monte de nieve envejecido.
Todo es estrecho y hondo. Las personas
no dejan huellas, porque el viento
las arroja a su norte y su vacío:
de manera,
que, de improviso,
yo salgo a mi balcón, y ya no veo a nadie.
No veo casas, ni mujeres rubias.
Han desaparecido los jardines.
Todo es arena invulnerable. Todo
era ilusión. No hubo
sobre esta orilla del planeta nadie
antes que el viento.
Entonces, corro hasta las olas. Me hundo
en su beso, los pájaros
hacen un sol encima de mi frente.
Entonces, tomo posesión del aire,
y de las rocas temporales,
en el nombre del viento que sale de las cosas
infladas por el viento.
IV
Oh ciudad:
yo te fundo
en el silencio de la noche marítima.
La noche matemática
que me dieron tus piedras,
esas mismas que una día caerán
a la noche encendida
debajo de la arena.
Te encontrarán debajo de la arena,
tan hermosa, y tan honda
en tu catástrofe, como una perla
engastada en la boca del abismo.
Caerás
Caerás desde tu roca
a tu arena primaria,
como una estrella más que vuelve al polvo.
Pero, para fundarte,
necesito tenerte.
Tu fundamento real es mi palabra.
Valle del paraíso.
Puerto que-te evaporas,
y te secas en trágicas espinas,
como las mujerzuelas
que sostienen tus pórticos roídos por el sol
a la caída de la tarde.
Cuánta piedra caída.
Cuánta perla sellada.
Oh bahía desnuda:
aguárdame
sedienta
para fundarte.
Ahora,
caeré sobre ti,
como un monstruo supremo más fuerte que el diluvio.
Te morderá mi boca
por los siglos terrestres.

De La miseria del hombre, 1948

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