LA MEZQUINDAD ORGANIZADA Sobre la quema del archivo fílmico del Colectivo Cine Forum :Lucy Oporto Valencia



  Ellos, los vencedores
Caínes sempiternos,
De todo me arrancaron

    Juan de Quintil, Inxilio (1973)

1. El incendio

Durante la madrugada del jueves 26 de enero de 2012, se incendiaron tres antiguos edificios en la calle Condell de Valparaíso, hecho que hizo retrotraerse a muchos al devastador incendio de la calle Serrano, acaecido en 2007, cuyas terribles imágenes semejaban una zona de guerra. En efecto, esta ciudad viene carcomiéndose desde hace décadas, sepultada en medio de una metástasis y una decadencia progresivas, como en una especie de postguerra permanente, oculta bajo la farsa patrimonial hipertrofiada, el arribismo turístico, y la juerga indolente y estúpida que, en gran parte, los sostiene a ambos, comunicacional y económicamente.

Como en el incendio de la calle Serrano, en esta ocasión también se quemaron numerosos locales comerciales y viviendas. Pero también se quemó el archivo fílmico del Colectivo Cine Forum. En julio de 2011, esta organización y el restaurante “Valparaíso, mi amor”, de Nelson Cabrera, curador del archivo, se habían trasladado al tercer piso del Centro Cultural IPA, cuyas instalaciones, incluida una pequeña sala de teatro, también fueron destruidas.

Este hecho ha sido poco difundido y comentado, con excepción de la entrevista radial de Ricardo Salazar a Nelson Cabrera, emitida la mañana del 26 por Radio Valentín Letelier; la nota periodística de Priscilla Barrera publicada en el diario La Estrella, el 28 de enero; y la entrevista de Felipe Montalva a Juan Flores, integrante de Cine Forum, publicada en www.ciudadinvisible.cl, el 14 de febrero.

Es peculiarmente llamativo y revelador el pasmoso silencio frente a la quema del archivo fílmico de Cine Forum, primero, por parte de instituciones vinculadas al cine y las comunicaciones de Valparaíso y Viña del Mar a lo menos, tales como: escuelas de cine y comunicación audiovisual, cinetecas, colectivos u organizaciones dedicadas a la difusión y exhibición cinematográfica o audiovisual, entre otras. Y, segundo, por parte de instituciones u organizaciones culturales, sociales, ciudadanas y políticas, de las cuales hubiese cabido esperar alguna reacción ante un hecho de estas características, con excepción de la agrupación Marinos Antigolpistas de 1973.[1] Pero, desde el extranjero, el Colectivo Cine Forum ha recibido el apoyo del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, de Buenos Aires, cuyo Festival de Antropología Social del presente año será realizado en su homenaje.[2]

Se quemaron, primero, materiales en 16 mm., que eran copias únicas, como un registro del funeral de Neruda, de autor desconocido, correspondiente a la primera protesta pública en Chile tras el golpe de Estado de 1973; un registro de una procesión religiosa, realizado en la década de 1950; y una entrevista a Miguel Enríquez en la clandestinidad, entre otros documentos. Segundo, los trabajos realizados por Nelson Cabrera y Cine Forum: Ahuyentando el temporal (1994), sobre los pescadores y los ritos consagrados a San Pedro; El circo mágico de Valparaíso (2000), sobre la irrupción de los travestis en los circos de la periferia; y La singular historia aérea y cósmica de Bruno Bernal (2004), sobre los ancianos, a través del poema “Oceanía de Valparaíso”, de Pablo de Rokha.[3] Y, tercero, más de mil películas en formato DVD correspondientes, en su mayoría, al material reunido en el curso de seis años de realización de los festivales “Cine Otro”: el Festival de Cine Político, Social y de los Derechos Humanos y, en un lapso más corto, el Festival de Cine de los Pueblos Indígenas y Pueblos Originarios del Mundo.

No obstante esta catástrofe, el Colectivo Cine Forum intenta recuperar su material perdido, y continuará realizando sus festivales y muestras, como parte de su cultura de resistencia, enfrentando así el incendio y las políticas de las transnacionales. El 23 de marzo, realizó una “Maratón de cine solidaria”, que incluyó, entre otros trabajos, La próxima estación (Argentina, 2008), de Fernando Solanas, sobre el desmantelamiento del sistema ferroviario argentino por la aplicación de las políticas neoliberales, y A Valparaíso (Francia, Holanda, 1962), de Joris Ivens. Y, en mayo, realizará una muestra a la memoria de los civiles detenidos-desaparecidos, arrojados al mar.[4]

2. Breve historia de Cine Forum

El Colectivo Cine Forum se formó en 1989. Sus actividades se iniciaron con una muestra de películas censuradas por la dictadura, como La batalla de Chile (Chile, 1972-1979), de Patricio Guzmán; Imagen latente (Chile, 1988), de Pablo Perelman; El último tango en París (Francia, Italia, 1972), de Bernardo Bertolucci; y La última tentación de Cristo (USA, Canadá, 1988), de Martin Scorsese, entre otras. En 1990, inicia la exhibición de ciclos de cine en 16 mm., en un local de la calle Cochrane. Durante esta década, realiza dos cortometrajes y dos talleres de cine, y participa como asistente en películas que utilizan como locación la ciudad de Valparaíso. Entre estas películas, se encuentran: Amnesia (Chile, 1994), de Gonzalo Justiniano, y Viva Crucis (Chile, 1994, inconclusa), de Patricio Kaulen. En 2002 y 2003, realiza las muestras “Cine del Pacífico”. En 2007, el 1er Festival de Cine Social y Derechos Humanos “Cine Otro” que, a partir de una muestra especial como extensión de su quinta versión, en 2011, pasa a llamarse Festival de Cine Político, Social y de los Derechos Humanos “Cine Otro”. Paralelamente, en 2008, realiza la 1ª Muestra de Cine de los Pueblos Indígenas y, en 2009, el 1er Festival de Cine de los Pueblos Indígenas “Cine Otro” que, en 2010, pasa a llamarse Festival de Cine de los Pueblos Indígenas y Pueblos Orginarios del Mundo “Cine Otro”.[5]

Estos festivales han venido desarrollándose en las salas Rubén Darío y Musicámara de la Universidad de Valparaíso, el Teatro Municipal de Valparaíso, el Centro Cultural IPA y, últimamente, también en el Teatro Condell. Sus muestras son gratuitas y abiertas a todo público, y su realización ha significado un considerable esfuerzo por parte de sus organizadores, quienes han contado con un escaso apoyo por parte de la institucionalidad cultural del Estado de Chile, con excepción de la obtención de un par de fondos concursables.

Los festivales “Cine Otro” se estructuran sobre la base de franjas que abarcan asuntos muy diversos, de orden social, político, histórico y cultural, cuyo horizonte es la reflexión y la activa defensa de los derechos humanos. Tales asuntos son, entre otros: memoria y dictadura, memoria histórica, memoria política, desarraigo e identidad, exilio, etnografías, pueblos originarios, derecho y autodeterminación de los pueblos, medio ambiente, minorías, discriminación, desapariciones, Iglesia y dictadura, religiosidad popular, género, derechos de niños y jóvenes, globalización, movimientos sociales, locura, cárcel, afrodescendientes, cine político, cine como instrumento pedagógico, animación y experimentación. También ha incluido franjas dedicadas a distintas culturas, como el pueblo kurdo y África, entre otros; a los países invitados Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador y Nicaragua; y a realizadores como Patricio Henríquez y Pietro Silvestri.

Según el programa del 4º Festival de Cine Social y de los Derechos Humanos, realizado en enero de 2010, los festivales “Cine Otro” tienen por objetivo:

para difundir la creación audiovisual centrada en la reflexión sobre los Derechos Humanos –las problemáticas sociales de hombres y mujeres, de sus pueblos y culturas– que a través de recursos estéticos, estilístico, formales, genéricos y de formato plasme y transmita un mensaje que alerte o dé luz acerca del pasado, presente y futuro de la humanidad. De este modo, se busca elevar el papel del cine como fenómeno cultural al de una manifestación rica y profunda que muestra y cuestiona las creaciones humanas cuando se utilizan contra y en detrimento de la libertad y la justicia de los seres humanos.

En esta línea, el Colectivo Cine Forum manifiesta una postura política clara de oposición al neoliberalismo, junto a la cual “se cruzan las tareas de la memoria histórica, memoria local y la posibilidad de crear un cine porteño que cumpla estas expectativas”. Por otra parte, en el programa del 6º Festival de Cine Político, Social y de los Derechos Humanos, realizado poco antes del fatal incendio, y con motivo de los conflictos políticos desarrollados en el último tiempo en varios países del mundo, incluido Chile, Cine Forum diferencia su posición aún más, en los siguientes términos:

Informamos que nuestro festival es contrario a la cultura oficial condescendiente, y que quiere interpelar a los distintos festivales de cine de Chile que en nombre de los derechos humanos, las diferencias sociales, la ruralidad, la memoria histórica y lo étnico sólo cooptan aquellos discursos y realidad para sus intereses comerciales, y así encausarlos en una concepción inofensiva de la cultura, sin interpelaciones a la clase dominante.

En estos documentos se observa un proceso de maduración y diferenciación de la posición política de Cine Forum, respecto de otros festivales de cine en Chile. Por un lado, ésta recoge elementos del cine político latinoamericano de las décadas de 1960 y 1970, como los debates en torno a las películas exhibidas y la búsqueda de una intervención política en algún sentido. Y, por otro, elementos que dan cuenta de una ampliación del entendimiento del concepto de cine político, en vistas a una defensa de los derechos humanos, como se explica más adelante.

3. En busca del tiempo perdido

Una muestra parcial del material perdido durante el incendio, en su mayor parte compuesto por documentales, pudiera ser la siguiente:

Clásicos del cine político, como La batalla de Argel (Argelia, Italia, 1965), película argumental de Guillo Pontecorvo, presentada por el investigador argentino Mariano Mestman. Y parte del Ciclo Chile, de los realizadores de la antigua RDA Heynowski & Scheumann, tal vez el más importante documento fílmico acerca de la última etapa de la Unidad Popular, el golpe de Estado de 1973 y los inicios de la dictadura. De este conjunto de documentales, se exhibieron: Yo soy, yo fui, yo seré (1974), sobre los campos de concentración de Chacabuco y Pisagua; La guerra de los momios (1974), que presenta entrevistas a líderes de oposición a la Unidad Popular; y Más fuerte que el fuego (1978), acerca del golpe de Estado.

Trabajos sobre la historia política argentina, tales como: Raymundo (Argentina, 2002), de Virna Molina y Ernesto Ardito, sobre el documentalista Raymundo Gleyzer (1941), comprometido con la lucha política en las décadas de 1960 y 1970, desaparecido en 1976. Gaviotas blindadas. Historia del PRT-ERP. Primera parte (1961-1973) (Argentina, 2006), del grupo Mascaró Cine Americano, formado por egresados de la carrera de Investigación Periodística de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Fue presentado por Julio Santucho, Director de la Red Latinoamericana de Festivales de Cine Social y Derechos Humanos, y del Festival Internacional DerHumALC: Cine y Derechos Humanos, de Buenos Aires. JP Rawson-Crónica de una militancia (Argentina, 2007), de Nahuel Machesich, acerca de la relación de los habitantes de esta ciudad con el penal que mantuvo detenida a la dirigencia de Montoneros y otras organizaciones revolucionarias de las décadas de 1960 y 1970.

Dos trabajos acerca del camarógrafo Leonardo Henrichsen (1940-1973), quien filmó su propia muerte en Chile, el 29 de junio de 1973, durante el levantamiento militar conocido como “Tancazo” o “Tanquetazo”: Aunque me cueste la vida (Argentina, Chile, 2008), de Silvia Maturana y Pablo Navarro Espejo. E Imagen final (Argentina, Chile, Dinamarca, Suecia, 2008), de Andrés Habbeger. El primero de estos documentales se concentra en la impresionante trayectoria de Henrichsen como camarógrafo en medio de conflictos bélicos y golpes de Estado, y el seguimiento de su asesino. Mientras que el segundo se concentra en el registro final de Henrichsen y su análisis. Su hilo conductor es la investigación del periodista chileno Ernesto Carmona.

Los cien días que no conmovieron al mundo (Argentina, 2008), de Vanessa Ragone, acerca del Tribunal Penal Internacional para los Crímenes de Ruanda, de la ONU, entre cuyos integrantes se encuentra la jueza argentina Inés Weinberg.

Dos trabajos, entre otros, realizados por hijos de detenidos-desaparecidos, como parte de sus indagaciones en torno a su propia identidad, y a la muerte de sus padres, desde una mirada crítica: Historias cotidianas (Argentina, 2000), de Andrés Habegger, primer documental argentino de este tipo, concentrado en seis entrevistas a hijos de detenidos-desaparecidos. Y M (Argentina, 2007), de Nicolás Prividera, que expone la difícil investigación del realizador acerca de la historia y la muerte de su madre, en el contexto de la lucha política de la década de 1970.

Por último, el extenso documental apologético Perón, sinfonía del sentimiento (Argentina, 1999), de Leonardo Favio.

Trabajos de jóvenes realizadores chilenos, en su mayoría hijos de detenidos-desaparecidos, ejecutados políticos o militantes políticos sobrevivientes, como: En algún lugar del cielo (Chile, 2003), de Alejandra Carmona; Reinalda del Carmen, mi mamá y yo (Chile, 2006), de Lorena Giachino; Memorial (Chile, 2009), de Andrés Brignardello; El edificio de los chilenos (Chile, Cuba, Francia, Bélgica, 2010), de Macarena Aguiló, y Amor de golpe (Chile, 2011), de Carla Toro y Mauricio Villarroel.

Trabajos acerca de la resistencia política durante la década de 1980 en Chile, como: La ciudad de los fotógrafos (Chile, 2006), de Sebastián Moreno; La mujer metralleta (Chile, 2009), de Francisco López Ballo; y Antonioletti (Chile, 2009), de Ángel Spotorno.

Otros trabajos en el marco de la memoria histórica y política realizados dentro y fuera de Chile, son: El corazón de Corvalán (Rusia, 1975), de Roman Karmen, sobre el dirigente comunista chileno Luis Corvalán (1916-2010). El derecho de vivir en paz (Chile, 1999), de Carmen Luz Parot, acerca de Víctor Jara (1932-1973). Calle Santa Fe (Chile, Francia, 2007), de Carmen Castillo, sobre Miguel Enríquez (1944-1974) y el MIR. Allende, de Valparaíso al mundo (Chile, 2008), de Luis Vera. Ni toda la lluvia del Sur (2011), de Pablo Vargas Almonacid, sobre la masacre en Pampa Irigoin, Puerto Montt, el 8 de marzo de 1969.

Trabajos situados en el marco de la memoria histórica y política de otros países, como: Feltrinelli (Italia, Suiza, Alemania, 2006), de Alessandro Rossetto, sobre el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli (1926-1972), miembro del Partido Comunista Italiano, quien desarrolló una seria concepción acerca de la actividad editorial y su función social. Fue el primer editor de El gatopardo, del príncipe siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y de Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, pese a la oposición del PCI. Murió en terribles y oscuras circunstancias, vinculadas a sus actividades políticas.

Taxi al lado oscuro (USA, 2007), de Alex Gibney, acerca de la evolución de la tortura, a propósito de su aplicación en la base naval de Guantánamo y la cárcel de Abu Gharib, en Bagdad, concebida como ciencia y tecnología de punta, y convertida en una especie de industria, con financiamiento, infraestructura, científicos e instructores.

Liste, pronunciado Líster (España, 2007), de Margarita Ledo, sobre Enrique Líster (1907-1994), comandante del Ejército Popular de la República Española, durante la Guerra Civil, con intercalaciones actuadas. Aborda, entre otros asuntos, la derrota de la Izquierda y la imposibilidad de reconstruir fielmente el pasado.

El juicio (Portugal, 2007), de Leonel Vieira, película argumental que trata el problema de la tortura, la impunidad sostenida en el tiempo y la transición a la democracia, proceso que se ha dado de un modo más o menos similar en distintas partes del mundo.

Lucanamarca (Perú, 2008), de Carlos Cárdenas y Héctor Gálvez, sobre el asesinato de 69 campesinos ejecutado por Sendero Luminoso el 3 de abril de 1983, conocido como Masacre de Lucanamarca, y los conflictos internos de la comunidad afectada por este crimen.

Munis. La voz de la memoria (España, 2011), de Javier Carneros, acerca de un revolucionario trotskista desconocido y olvidado por la historia del pensamiento político. Es recordado por un grupo de antiguos compañeros, quienes desarrollan una interesante discusión ideológica, la cual constituye la mayor parte de este documental.

Culturas de resistencia (2011), de Iara Lee, que expone un extenso viaje iniciado en 2003, a través de las más diversas formas de resistencia a la violencia, la explotación, la injusticia y la acción de las transnacionales, en distintos lugares del mundo, incluidas expresiones artísticas y otras formas creativas de activismo social y político.

Y trabajos acerca de los pueblos originarios en Chile y el mundo, como: La caza del león con arco (Nigeria, Mali, 1965), documental etnográfico del antropólogo francés Jean Rouch. El realizador observa, detalladamente en el tiempo, la caza del león con arco, una práctica muy arcaica en proceso de extinción, basada en una serie de complejos ritos mágicos presentados en largas secuencias, con alusiones al colonialismo.

El coraje del pueblo (Bolivia, 1971), de Jorge Sanjinés y Grupo Ukamau, que constituye una indagación acerca de cómo filmar a los indígenas, habiendo sido el realizador formado en la cultura occidental. Está actuada por mineros sobrevivientes de una masacre acaecida en 1967, que se remonta a masacres anteriores. Algunas escenas fueron filmadas en tiempo real. Este trabajo tiene influencias de Jean Rouch (1917-2004). Por otra parte, es un ejemplo de cine político; esto es, un cine al servicio de la revolución, pues denuncia los regímenes bajo los cuales tuvieron lugar aquellas masacres en torno a las minas de estaño.

Los Onas, vida y muerte en Tierra del Fuego (Argentina, 1977), de Ann Chapman, Jorge Prelorán y Ana Montes, que relata el proceso de exterminio de los Selk’nam, llamados Onas, a partir del siglo XIX, unido a la progresiva colonización extranjera. En 1977, sólo quedaba un representante de ellos y cinco mestizos.

Trudell (USA, 2005), de Heather Rae (Cherokee), acerca de John Trudell (1946), poeta sioux, orador, activista y líder del movimiento indigenista norteamericano, durante la década de 1970. Entre 1973 y 1976, hubo una matanza de indígenas, período conocido como el “reinado del terror”, que este documental compara con las matanzas durante la dictadura cívico-militar en Chile. Trudell posee una gran lucidez y profundidad. Sus poemas y discursos hablan acerca del espíritu, y en su relación con esas profundidades arraigan tanto su pensamiento como su actividad política.

Por último, cabe destacar una retrospectiva de Raymundo Gleyzer, organizada por la Universidad Popular de Valparaíso y Cine Forum en 2011, que incluyó, entre otros trabajos: La tierra quema (1964), México: la revolución congelada (1971), Ni olvido, ni perdón (1972), Los traidores (1973), Me matan si no trabajo y si trabajo me matan (1974).

Ésta es una muestra limitada del material fílmico y audiovisual perdido durante el incendio, que de ninguna manera da cuenta de la vastedad de asuntos expuestos en las distintas versiones de los festivales “Cine Otro”. Se concentra en trabajos, cuyo horizonte es la difícil reconstitución de la memoria histórica y política en Chile y otros países de Latinoamérica y el mundo. Hacerlos visibles ha sido uno de los más relevantes aportes de estos festivales y muestras, en el curso de los últimos seis años. Pues proporciona elementos para la elaboración y desarrollo de una conciencia política, un sentido histórico y un sentido moral, en vistas a una mejor comprensión y defensa de los derechos humanos. Esto es de especial importancia en el caso de aquellas generaciones formadas bajo la dictadura cívico-militar de Pinochet (1973-1990), cuyos integrantes, en su mayoría, no tuvieron la opción de acceder a un conocimiento y una reflexión acerca de los crímenes vinculados al terrorismo de Estado a través del cine, sino hasta la edad adulta, gracias a algunas muestras parciales en distintos festivales, más o menos a partir de fines de la década de 1990. Pero, sobre todo, gracias al sostenido esfuerzo de Cine Forum, que estructuró dos festivales consagrados a éstos y otros asuntos relevantes para una autocomprensión generacional, identitaria y humana, en el contexto de la historia política reciente de Chile y Latinoamérica, cuyos traumas continúan abiertos y activos, al igual que en otras partes del mundo.

Por otra parte, siguiendo una práctica de los antiguos cineclubes, y del cine político de las décadas de 1960 y 1970, sus exhibiciones han promovido debates que debieran ser de interés no sólo para los realizadores y el ámbito cinematográfico en general, sino también para un amplio espectro cultural que incluye, entre otros, a organizaciones sociales y políticas, estudiantes, profesores, académicos, investigadores en distintas áreas vinculadas a la educación, las ciencias humanas, la filosofía, las artes, el lenguaje, la imagen, las comunicaciones y la búsqueda del conocimiento en general, dada la amplitud y complejidad de los asuntos presentados. Tras cada exhibición, el público ha tenido la opción de expresar su opinión y participar en la premiación de las películas consideradas más destacadas de cada franja.

Ahora, las imágenes de esas películas quemadas permanecen en la memoria interior del espectador activo, en mayor o menor grado, como si se hubiese configurado un mundo otro frente a esa ausencia. Allí están los vestigios de esa duración, de ese tiempo perdido que espera ser buscado, activado y elaborado desde ese interior, para una conciencia más lúcida del presente.

4. El concepto de cine político en los festivales “Cine Otro”

Un aspecto que se desprende de la relevancia filosófica del material exhibido en los festivales “Cine Otro”, concierne al devenir del entendimiento del concepto de cine político. Por “relevancia filosófica” se entiende aquí la remisión de obras, documentos, testimonios, lenguajes, discursos e imágenes no filosóficos en principio, a concepciones filosóficas ya estructuradas y maduras, o vestigios de éstas. Pero también se refiere a los elementos ofrecidos por dichas manifestaciones y plasmaciones del pensamiento, entre otras, para estructurar una nueva concepción filosófica, o un mejor entendimiento de alguno de sus elementos.

La incorporación de la expresión “cine político” al nombre de uno de los festivales, indica una ampliación del entendimiento del concepto al que dicho término se refiere, a lo menos, respecto de su uso en las décadas de 1960 y 1970. Entonces, era entendido como un instrumento de la revolución, de denuncia con el fin de provocar la movilización política y social de los oprimidos, y como promotor de formas de lucha radicales, en vistas a la instauración de un nuevo orden que aboliera la dominación capitalista e imperialista. Tal es el caso de los trabajos del italiano Guillo Pontecorvo (1919-2006), o del cine militante de Raymundo Gleyzer y Cine de la Base, de Argentina, entre otros.

El cine político o de intervención política, cine militante y social, desarrollado en Latinoamérica durante las décadas de 1960 y 1970, estaba indisolublemente unido a su contexto histórico, marcado por la opresión. Su objetivo principal era abrir perspectivas para la liberación, entendida en términos de:

la creación de una cultura nacional propia y descolonizada, que sirviera de fermento para movimientos revolucionarios que rompieran los lazos de dependencia y colonización, no sólo políticos y culturales, sino también culturales.[6]

Entre sus exponentes más destacados, se encuentran: el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos), institución surgida en Cuba después de 1959, fundada por Julio García Espinosa (1926), quien desarrolla el concepto de un cine imperfecto. El movimiento Cinema Novo, de Brasil, representado por Glauber Rocha (1938-1981). El Grupo Ukamau, de Bolivia, representado por Jorge Sanjinés (1936), quien entiende el cine como un arma de combate. Y, en Argentina, el Grupo Cine Liberación, vinculado al Movimiento Peronista, representado por Octavio Getino (1935) y Fernando Solanas (1936); y el Grupo Cine de la Base, surgido en 1973, representado por Raymundo Gleyzer, militante del PRT-ERP.

Obras representativas de una parte importante de estas agrupaciones fueron presentadas en el Festival de Cine Nuevo Latinoamericano y Encuentro de Cineastas Latinoamericanos de Viña del Mar, en sus versiones de 1967 y 1969, organizadas por Aldo Francia (1923-1996), como culminación de varios años de trabajo sostenido. Los Encuentros hicieron posible el debate en torno a las distintas propuestas de los realizadores latinoamericanos, si bien no todas se inscribían en el marco de un cine político militante en su versión más fuerte, como el Tercer Cine del Grupo Cine Liberación, o la propuesta del Grupo Ukamau. Tal era el caso de aquellas películas chilenas consideradas más destacadas en el contexto de dichos festivales: Tres tristes tigres (1968), de Raúl Ruiz; El chacal de Nahueltoro (1969), de Miguel Littin; y Valparaíso, mi amor (1969), de Aldo Francia. No obstante, dichas propuestas poseían elementos que las situaban en la línea de una crítica social al modelo de dominación imperante y sus instituciones –vigente hasta la época actual–, así como elementos para una indagación acerca de la identidad chilena.[7] Francia y especialmente Valparaíso, mi amor, tuvieron una significativa influencia en algunos integrantes de Cine Forum, a través del Cine Club Viña del Mar, varios años antes de constituirse como colectivo.

El cine político latinoamericano recoge, básicamente, elementos del cine soviético clásico, el neorrealismo italiano y el cine de autor francés, que dio origen al movimiento llamado de la Nouvelle Vague (Nueva Ola). Las vanguardias europeas habían adoptado una distancia crítica frente a la industria cinematográfica dominante, la de Hollywood, desarrollando un nuevo lenguaje cinematográfico, unido al concepto de un cine reflexivo que requería la presencia de un espectador activo. Pero el cine político latinoamericano buscó diferenciarse tanto de Hollywood, como de las vanguardias europeas. Por ejemplo, la propuesta del mencionado Grupo Cine Liberación constituye una versión fuerte del cine político militante de esa época. Según Mariano Mestman:

en el plano político, la propuesta del Tercer Cine se vincula al ambiente conmocionado por la eclosión del tercermundismo durante la década del sesenta, y en particular se refiere a las búsquedas de un cine de descolonización cultural para el Tercer Mundo, que se define por oposición a Hollywood (Primer Cine) y que intenta superar las limitaciones atribuidas al denominado “cine de autor” (Segundo Cine).[8]

También aquí la presencia de un espectador activo era parte de la estructura de este cine. Más aún, la realización de su objetivo último, la liberación, dependía de él. De acuerdo con Mestman:

los films militantes podían incorporar tras su exhibición una discusión centrada en su temática o en cualquier cuestión propuesta por los participantes. Por ello, se consideraba que el carácter militante de este cine derivaba más de la experiencia que desencadenaba, de la generación de un acto político durante o tras la proyección, que del propio contenido de los films.[9]

Tal vez, actualmente la expresión “cine político” pudiera tener una connotación peyorativa, o ser considerada anacrónica, habida cuenta del devenir de la historia política contemporánea, sobre todo a partir del término de la Guerra Fría, a fines de la década de 1980. El exigente peso ideológico que el cine político tuviera en las décadas de 1960 y 1970, plasmado en sus debates y documentos, así como la experiencia y los proyectos implicados en él, mirados en retrospectiva, han sido, en no pocos casos, considerados como testimonios de una cruenta derrota, cuya discusión aún permanece abierta.[10]

Pero la expresión “cine político” continúa siendo pertinente en la época actual, si se la aplica al tratamiento cinematográfico del problema de las relaciones de dominación, en sentido amplio. Pues éstas no han desaparecido. En cambio, sus formas de manifestarse se han ido refinando cada vez más, lo cual exige otro modo de abordarlas. Éstas han pervivido no sólo a través de las desigualdades sociales, destructivas por sí mismas, sino también a través de la guerra psicológica, presente desde el principio del proceso de liquidación de la Unidad Popular. Dicha guerra psicológica fue largamente desplegada durante la dictadura, pero durante la postdictadura ha continuado de otro modo. Primero, a través de los obstáculos que dificultan las investigaciones acerca de los crímenes de lesa humanidad cometidos en Chile, como la desaparición forzada de personas y la tortura. Y, segundo, a través de la impunidad, sobre la base de la negación de la verdad y la denegación de justicia, como prolongación de tales crímenes. Estos problemas pendientes, cuyo alcance más profundo es aún difícil de elucidar, se han visto enfrentados a un sostenido proceso de despolitización, en el sentido de la inducción de una imagen de los mismos, por parte de las instituciones del Estado chileno, como situados al margen del modelo neoliberal.

El objetivo de la construcción de dicha imagen es, en principio, desrealizar los crímenes de lesa humanidad y sus implicaciones sociales y culturales y, en último término, destruir la posibilidad misma de ampliar la conciencia mediante la reconstitución de la memoria histórica y política en torno a ellos. Por el contrario, las exhibiciones de los festivales “Cine Otro” contribuyen a ampliar la conciencia y el entendimiento de los conflictos políticos que afectan tanto a Chile como a otros países del mundo, observando las relaciones entre ellos. La posibilidad de acceder a un mejor y más amplio entendimiento de dichos conflictos, entre otros, para profundizar en una conciencia acerca de la barbarie inherente al modelo neoliberal en todos sus niveles y desde su fundación, posee un sentido político, principalmente en lo que se refiere a las formas y relaciones de dominación que lo constituyen.

Los festivales “Cine Otro” permiten apreciar, mediante una visión de conjunto, una serie de asuntos, conflictos y formas de presentación de los mismos que, fuera de este espacio, sólo pueden ser percibidos por separado, de modo esporádico, fragmentario, y sin un contexto intelectual adecuado que permita dimensionar la importancia y trascendencia de su tematización a través del cine. De dicha visión de conjunto, se desprende una ampliación del entendimiento del concepto de cine político. Éste abarcaría no sólo trabajos que ofrecen elementos para el desarrollo de discusiones ideológicas y filosóficas en torno a una acción y un cambio revolucionarios, desde la tradición marxista de la filosofía, como en las décadas de 1960 y 1970. También abarcaría discusiones y debates en torno a otras posiciones y formas de entender, entre otros, los movimientos sociales, la resistencia, los procesos de lucha política y social en el curso de la historia y en diferentes culturas, la reconstrucción de la memoria, la búsqueda de la verdad y la justicia, y la defensa de los derechos humanos en la época actual, marcada por la globalización, la transnacionalización, y la expansión de las tecnologías y la comunicación digitales, bajo la égida del neoliberalismo.

En consecuencia, por un lado, la expresión “cine político” se aplicaría tanto al cine militante, como al cine social y de los derechos humanos. Y, por otro, la inclusión de la expresión “cine social y de los derechos humanos” daría cuenta del modo en que la primera se amplía, dadas las transformaciones, tanto de las formas y relaciones de dominación como de las formas de resistencia y lucha en su contra, en el curso de las últimas décadas.

Ahora bien, el valor del cine político así entendido estaría también determinado por el rigor que exige el tratamiento de los asuntos que aborda desde el lenguaje cinematográfico. Es, pues, necesariamente un cine argumentativo, que exige solidez, consistencia y consecuencia. Esto es, una investigación, una documentación y un estudio a fondo, a partir de los problemas formulados por el realizador frente a una determinada realidad. Y un sentido de la responsabilidad respecto de la elaboración del discurso, y de los compromisos intelectuales, filosóficos y políticos que sustentan la obra en todos sus aspectos. Así, un cine político profundo implicará una consciente posición del autor, quien deberá hacerse cargo de lo expresado y presentado en su trabajo. Su perspectiva y visión de mundo quedarán necesariamente expuestas a la discusión, la problematización e, incluso, la polémica, por tratarse de un pensamiento referido a asuntos que cuestionan el estatuto de lo humano de un modo radical, y debido al carácter no conclusivo inherente a la búsqueda de la verdad. Más aún, considerando que, además de sus limitaciones intrínsecas, dicha búsqueda ha sido obstaculizada de modo deliberado y perverso en lo concerniente a los crímenes de lesa humanidad y la impunidad de sus agentes. Por lo tanto, el cine político, en cualquiera de sus manifestaciones actuales, exigirá una capacidad perceptiva lúcida y resistente, unida a un alto sentido moral y de la responsabilidad intelectual y social. Y, por último, una permanente confrontación del realizador consigo mismo, en vistas a resistir los embates de la guerra psicológica.

5. La impunidad como metástasis psicológica y social

¿Qué se destruyó con la quema del archivo fílmico del Colectivo Cine Forum? Según Juan Flores: “Se incendió una parte de la historia audiovisual de Valparaíso”; “muchas autoridades y gente con cierta influencia en el cine no quisieron rescatarla. Especialmente algunas películas en 16 mm., que eran copias únicas”. Y menciona una serie de episodios que involucran a la Casa Museo La Sebastiana, dependiente de la Fundación Pablo Neruda; la Municipalidad de Valparaíso e, incluso, la Cineteca Nacional.[11] Dichos episodios, unidos al pasmoso silencio en torno a la quema del archivo, por parte de organizaciones e instituciones vinculadas al cine, entre otras, constituyen demostraciones de una mezquindad inaceptable, cuyas raíces se hunden en la historia política reciente de Chile, determinada por la legislación que consagró la impunidad y sus devastadoras consecuencias, durante la llamada transición a la democracia.

Ahora bien, corresponde situar la quema de archivos fílmicos en el mismo nivel que la quema de libros. Esta última, como práctica vinculada a la censura política y religiosa, y a conflictos bélicos, posee una larga historia, que se remonta, a lo menos, al siglo III a. C. Entre sus muchos episodios, cabe destacar los siguientes: la quema de las obras de las llamadas Cien escuelas de pensamiento –las escuelas abiertas entre 770 y 221 a. C.– en China, por decreto imperial, en 213 a. C., cuyos opositores, mayoritariamente estudiantes e intelectuales, fueron enterrados vivos. En 292, el emperador Diocleciano ordenó la quema de libros de alquimia de la biblioteca de Alejandría. Esta última acabó destruida tras sucesivos desastres, a lo largo de su historia. También hubo quemas de libros llevadas a cabo por la Inquisición, en España y América. Durante la Revolución Francesa, Robespierre ordenó quemar aquellos libros que defendían el catolicismo, el clericalismo y el absolutismo.

Uno de los más conocidos episodios, es la quema de libros por la Asociación de Estudiantes Alemanes Nazis, el 10 de mayo de 1933, en 34 ciudades universitarias, como culminación de una “acción contra el espíritu no alemán”.[12] Al concluir la II Guerra Mundial, tuvo lugar un proceso de desnazificación y depuración, que también incluyó la quema de numerosos libros. Por otra parte, en 1939, al concluir la Guerra Civil, la Falange hizo quemar las obras de los llamados enemigos de España.

Poco después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, que dio inicio al llamado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) en Argentina, hubo una quema de libros en Córdoba, el 29 de abril de 1976, llevada a efecto por el III Cuerpo de Ejército, cuyo jefe, Luciano Benjamín Menéndez, declaró: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”.[13] Por último, en Chile, tras el golpe de Estado, fueron requisados y destruidos miles de libros, aunque no pocos tuvieron que quemar sus propias bibliotecas, ante la inminencia de la represión.

La quema de libros forma parte de una acción de vasto alcance: la destrucción del legado y el patrimonio cultural, que incluye no sólo libros, sino también documentos y archivos de todo tipo, fotografías, películas, registro de audio y partituras, entre otros. Incluso, formas artísticas monumentales, como los Budas de Bamiyan, esculpidos en el siglo VI, destruidos por los talibanes en 2001.

Se dirá que es una exageración interpretar la quema del archivo fílmico de Cine Forum desde este punto de vista. Que no se produjo en el contexto de un conflicto político ni bélico, ni de censura manifiesta. Que nos se trató de un atentado, ni de un hecho intencional. Que fue un accidente azaroso. Se apelará a la catástrofe del incendio en su conjunto, y el sentido común preguntará, tal vez molesto: “¿Y qué podría significar la quema de un archivo fílmico, al lado de la destrucción de los inmuebles y la ruina de los afectados, o incluso su muerte, si éste hubiese sido el caso?”

No menos que eso.

Ciertamente, no existen pruebas de que la quema de los inmuebles y el archivo fílmico haya sido intencional. Tampoco se produjo en el marco de un conflicto bélico regular, ni la quema del archivo fue consecuencia de una censura política o religiosa manifiesta. Pero sí se produjo en el contexto difuso de un conflicto político soterrado, como decantación, casi inconsciente, se diría, de la perversión social y la catástrofe moral derivadas de la impunidad como política de Estado en Chile, durante la postdictadura.

La destrucción de archivos, registros, documentos, testimonios, libros, películas, fotografías y obras de arte en general, entre muchas otras representaciones humanas, se sitúa en el contexto del mal en la historia, la lucha por el poder y la “visión de la existencia como perpetua atrocidad” que la sustenta oscuramente, unida al destino de los vencidos, la individualización y la desrealización simultáneas de éstos, sus pérdidas y ausencias.[14] Su propósito es, en principio, destruir la memoria y, en último término, destruir la conciencia, el conocimiento y toda posibilidad de acceso a éstos, con el fin de instalar y consolidar un nuevo orden político, social y cultural que sea inmune a la crítica de modo radical y permanente, y en que la violencia y la perversión inherentes a su expansión y despliegue sean naturalizadas, desde dentro, de modo eficaz e indoloro, bajo la égida de las instituciones del Estado y los poderes fácticos que las controlan.

A esto, en parte, se refiere Armando Uribe (1933) cuando afirma: “El país nació y vivió en la fea violencia, y fue aprendiendo que ella era ‘necesaria’; y que debía ser justificada en la ley”.[15] El autor la describe en términos de: “la violencia que quiere ser legítima. La violencia que busca o trata de legitimarse. La violencia que se considera a sí misma legítima”[16]. Esta descripción expresa un entendimiento de la violencia como voluntad autónoma y arcaica, cerrada sobre, e idéntica a sí misma en el tiempo y el devenir histórico. Para Uribe es, además, un rasgo constitutivo del inconsciente colectivo chileno, cuyo más nefasto despliegue se habría dado durante la dictadura, aunque:

con raíces en historias chilenas muy antiguas, de siglos atrás, también manifestadas en las crueles atrocidades que en la historia de antes se produjeron en forma en apariencia entrecortada, a través de represiones atroces, sobre todo respecto de los sindicatos y de algunos partidos políticos desde principios de siglo.[17]

En este horizonte, se sitúan tanto la quema de libros como la impunidad. Pues ambas han sido legitimadas históricamente, a través de la ley.

En efecto, dada la recurrencia de la práctica de la quema de libros a lo largo de la historia, cabría considerarla como una imagen o experiencia arquetípica. O bien, a lo menos, con base en alguna. Tal vez, la perpetua lucha entre el conocimiento y la ignorancia, entre el desarrollo de la capacidad de conciencia y el estado de inconsciencia, entre la luz y las tinieblas. Carl Gustav Jung (1875-1961) entiende la imagen o experiencia arquetípica como una manifestación de la herencia psíquica de la humanidad concentrada en el inconsciente colectivo, cuyos procesos y formas pueden aparecer y reaparecer con independencia de las coordenadas de tiempo y espacio. Su elaboración hace posible la creación de símbolos, la ampliación de la conciencia y el conocimiento. Pero la obstaculización de dicha elaboración puede conducir a un estado de inconsciencia carente de conocimiento.[18] Por eso, la quema de libros, que como imagen sintetiza la destrucción antes descrita, es letal para una cultura. Pues implica la imposibilidad de acceder al conocimiento y el autoconocimiento, y, peor aún, la imposibilidad de elaborar la imagen arquetípica misma de la quema de libros, con el fin de amplificarla y hacerla consciente no sólo en términos individuales, sino también colectivos.

La quema del archivo fílmico del Colectivo Cine Forum, que realiza periódicamente festivales y muestras de cine político, en el sentido explicado en la sección anterior, posee éstas y otras implicaciones. Pues se sitúa en el contexto difuso de un conflicto político soterrado, asociado a la impunidad y sus consecuencias psicológicas y sociales, como se expondrá a continuación.

La neuropsiquiatra Paz Rojas Baeza realiza un análisis histórico-estructural de la violencia y la impunidad, cuyo foco es la desaparición forzada de personas, en que el responsable no existe.[19] Los crímenes de lesa humanidad, esto es, crímenes que ofenden, agravian e injurian a la sociedad en su conjunto, se distinguen de otros crímenes en que son pensados y planificados por el Estado. Entre éstos, se encuentran la desaparición forzada de personas y la tortura, cuyo fin es amedrentar y someter, individual y colectivamente, a través del terror.

La desaparición forzada de personas tiene su origen en el sistema que Adolf Hitler (1889-1945) denominó Nacht und Nebel (noche y niebla), decretado en 1942, aplicado a prisioneros de guerra de países ocupados, ante la dificultad de contar con procesos judiciales y penas de muerte en el más breve plazo. Consistía en aislarlos completamente del mundo exterior, enviándolos a “la noche y la niebla”. Su objetivo era producir el efecto psicológico de una intimidación, el cual se obtenía del modo más eficaz haciendo desaparecer los cuerpos de los prisioneros, y negando toda información acerca de ellos, incluso más allá de su muerte. Posteriormente, esta técnica fue perfeccionada en centros de estudio de la represión política de Estados Unidos, y transmitida a los ejércitos latinoamericanos, a través de la doctrina de la Seguridad Nacional. En Chile, fue una política institucional de la dictadura cívico-militar de Pinochet, cuyo objetivo era:

lograr la alteración-destrucción de todas las formas de percepción y representación; construyendo una subjetividad perversa de la realidad, en lo individual, familiar, social y cultural.[20]

En el origen de la impunidad, se halla la voluntad de ocultar un crimen. Bajo el régimen de terrorismo de Estado, la impunidad estaba garantizada por sus instituciones. Durante los períodos de transición a la democracia, en Chile y otros países se promulgaron legislaciones para la impunidad, reforzando así su perpetuación.

Según Paz Rojas:

con la impunidad, todo está o queda en el desconocimiento, lo que hace que el crimen penetre en la mente humana como una ausencia, horriblemente presente, una confusión.[21]

La impunidad produce serias alteraciones psíquicas, las cuales derivan en una perversión de las más altas funciones psíquicas. Pues se sustenta en dos pilares básicos: la negación de la verdad acerca de los hechos y los responsables, y la ausencia total o parcial de justicia, aplicada a las víctimas, sus familiares y la sociedad en su conjunto.

La verdad, lo real y lo objetivo constituyen elementos básicos del proceso del conocer, el saber y el imaginar. La certeza acerca de la realidad de lo percibido, y la capacidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso, permiten tanto la formación del juicio como el proceso del pensar y el elegir. La verdad es, además, un elemento básico en el desarrollo de la afectividad. Por el contrario, “con la falta de verdad el material que el conocimiento incorpora es ambiguo, contradictorio, fluctuante, erróneo y ambivalente”.[22]

Al igual que la verdad, la distinción entre lo justo y lo injusto, y entre lo bueno y lo malo, también es un elemento básico del proceso del pensar, el decidir y el interactuar de las personas, y determina la constitución de los valores y afectos. En consecuencia, “para que las reglas morales se construyan socialmente es necesario que se basen en la verdad y la justicia”. Por el contrario, “la impunidad, al transgredir el bien, la verdad y la justicia, provoca graves trastornos en la interioridad de la persona, su núcleo relacional y finalmente en toda la sociedad”.[23]

Finalmente, la impunidad deriva en la perversión del principio de realidad, haciendo imposible el conocimiento. Pues la ausencia de verdad y justicia, unida a la negación, el engaño y el silencio, producen estados en que la diferenciación del yo respecto del mundo exterior se torna incierta.

Dada la aparición de esta nueva y grave sintomatología, Paz Rojas formula la hipótesis, según la cual, la impunidad sería en, y por sí misma, una violación de los derechos humanos. Pues es capaz de producir trastornos mentales iguales o más graves que los derivados de los crímenes mismos, “lesiona directamente el status de lo real, infringe los grandes valores eternos, como son la verdad, la justicia y la libertad”, y en la persona se produce una disociación entre objetividad y subjetividad, entre realidad externa e interna.[24]

En cuanto a las consecuencias sociales de la impunidad, desplegadas y cristalizadas durante la postdictadura, la duda, la desconfianza y la incertidumbre pasan a dominar la vida en su conjunto:

El universo de la subjetividad se desestructura y las relaciones humanas se pervierten y se impregnan de temor. Con el desconocimiento y la creación de fantasías siniestras en el proceso del conocimiento predomina la confusión, la historia sumergida, lo oculto, lo incierto.[25]

La autora reconoce que uno de los objetivos del golpe de Estado fue la imposición del modelo neoliberal. Así:

las dos formas de impunidad intrínsecamente entrelazadas: los crímenes políticos y la histórica violación de los derechos económicos, sociales y culturales, se fueron uniendo indisolublemente.[26]

Durante la postdictadura, se fue desarrollando un narcisismo individual y colectivo, vinculado a la imagen del vencedor, el incentivo del consumo y la valoración del tener. De ahí, “el quiebre ético”, en el sentido de que la sociedad postdictatorial “no ha sido capaz de mantener la moralidad, los valores y los intereses propiamente humanos”.[27]

La desaparición forzada de personas constituyó “un crimen de delito continuado en Chile”.[28] La autora formula la hipótesis, según la cual, dicho crimen constituiría una patología del saber. Pues obstaculiza el acceso mismo al conocimiento, dado que a los familiares y la sociedad les es imposible realizar el proceso de “percibir, vivenciar, recordar, experimentar y reflexionar para llegar al saber”.[29]

Este crimen es un fenómeno primariamente político, que en los familiares directos y los sectores más sensibles de la sociedad produce un trauma agudo inicial, seguido de un síndrome crónico y repetitivo, cuyo origen es la ausencia de conocimiento acerca de la vida o la muerte del desaparecido, agravada por la impunidad. La imposibilidad de acceder a su representación mental deriva en una tortura psicológica y moral grave y permanente, que termina comprometiendo “todas las instancias psíquicas, la conciencia, el lenguaje, la memoria, la percepción, la afectividad, los pensamientos y la orientación témporo-espacial”.[30] Produce cambios en los sentimientos, el modo de ser y los rasgos de la personalidad. El duelo y sus etapas no pueden realizarse. La imaginería ingresa al ámbito de lo siniestro. Por eso, el desaparecido se transforma en una “traumática e interminable ausencia”.[31]

El derecho a saber es un derecho no sólo individual, sino también colectivo. Al Estado le incumbe el deber de recordar y preservar el conocimiento de un pueblo acerca de la historia de su opresión, que es su patrimonio, a fin de evitar que los crímenes de lesa humanidad se repitan en el futuro. [32]

La autora afirma reiteradamente que las consecuencias de la desaparición forzada de personas, agravadas por la impunidad, han afectado no sólo a los familiares de los detenidos-desaparecidos, sino también al resto de la sociedad. En efecto, la consolidación del modelo neoliberal durante la postdictadura, administrada por la Concertación de Partidos por la Democracia y, a partir de 2010, por la Coalición por el Cambio, alcanza su maduración sobre la base del crimen fundacional del golpe de Estado y los sucesivos crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura cívico-militar de Pinochet. Pero, además, fue necesario producir, casi industrialmente, se diría, un tipo humano funcional a la perpetuación de esta dominación, para lo cual sus agentes recurrieron a la guerra psicológica, iniciada antes del golpe de Estado. Documentos militares la describen como:

el empleo planificado de la propaganda implementada por todos los medios que se necesitan para influenciar las opiniones, emociones, actitudes y conductas de los públicos amigos, hostiles o neutrales, a fin de apoyar los objetivos establecidos.[33]

Los medios de comunicación al servicio de la guerra psicológica masificaron la sintomatología derivada del trauma de la desaparición forzada de personas, extendiéndola al resto de la sociedad. Dicha guerra ha sido perpetuada hasta la época actual, como en una metástasis, a través de la impunidad y sus dos pilares básicos: la negación de la verdad y la denegación de justicia, amparadas por la legislación instalada en vistas a normalizarla, socializarla y naturalizarla. Y éstas son las causas principales de “lo abyecto y del mal que penetró Chile y que aún vive oculto en muchos espacios”.[34]

A la luz de la conceptuación de Jung, la impunidad, entendida como patología del saber, también podría ser considerada como una imagen o experiencia arquetípica, o con base en alguna que, tal vez, se sitúe en el mismo horizonte arcaico de la violencia que busca legitimarse en la historia a través de la ley, según Uribe. Por otra parte, al igual que la quema de libros, la impunidad también remite a la permanente lucha entre el conocimiento y la ignorancia, entre el desarrollo de la capacidad de conciencia y el estado de inconsciencia, entre la luz y las tinieblas. Además, es probable que los sórdidos y perversos mecanismos de negación inherentes a dichas prácticas también tengan una base arquetípica, en una oscura sombra que trascendería el yo individual. Pues en esta lucha, la ignorancia y la inconsciencia están lejos de ser neutrales, constituyendo, más bien, una eficiencia maligna y letal, como lo demuestran sus cruentos y terribles efectos acumulados en el tiempo.

6. La mezquindad organizada

La desaparición forzada de personas, como constitutiva de una patología del saber, es un problema de la mayor relevancia filosófica, pues se refiere a la dimensión epistemológica y ética de las relaciones humanas. Este crimen de lesa humanidad, en particular, aunque no de modo exclusivo, cuyas consecuencias han sido agravadas por la impunidad, constituye el foco de la ruina moral y espiritual de Chile, cristalizada desde dentro durante la postdictadura. Pues ambos, el crimen y la impunidad, comprometen todas las instancias psíquicas, destruyendo así todas las formas de percepción y representación y, en consecuencia, la posibilidad misma de acceso al conocimiento. En último término, infringe el status de lo real, pervirtiendo el juicio y las relaciones humanas, pues la diferenciación del yo frente al mundo externo se vuelve ambigua e incierta.

La interminable ausencia unida a la impunidad, en éste y otros crímenes de lesa humanidad cometidos en Chile y el extranjero, a través de la Operación Cóndor, son y continuarán siendo parte constitutiva del inconsciente colectivo chileno. Sus contenidos no elaborados se hacen patentes a través de la extensión o metastatización de la impunidad, como norma, a todo el espectro de las relaciones interpersonales y el ámbito institucional. Pero, sobre todo, a través de la ostensible decadencia, descomposición y ruina de las facultades psíquicas, en todos los niveles de la sociedad, en mayor o menor grado. Esto queda de manifiesto, por ejemplo, en el discurso vacío y exitista de los vencedores y su falsa felicidad, en la estupidez autocomplaciente y retroalimentada de los funcionarios de gobierno, y en las trágicas consecuencias de la destrucción de la educación y la salud públicas, planificada en función de la obtención de resultados en el largo plazo: una sociedad sin capacidad de conciencia, ni posibilidad alguna de acceder al proceso del conocimiento.

Por ejemplo, la ineptitud demostrada por aquellas instituciones creadas con el fin de prevenir catástrofes como la derivada del cataclismo de 2010, o los incendios que cada verano destruyen parte del territorio chileno, o que periódicamente destruyen antiguos inmuebles o poblaciones en Valparaíso, unida a una permanente falta de fiscalización, obedece no sólo a la mala administración y distribución de los recursos económicos, sino también a la destrucción de las facultades psíquicas, la progresiva alteración del juicio de realidad de sus agentes, y la extinción de su sentido moral –que incluye la desidia, la indolencia depravada, la negligencia autocomplaciente, la traición y el engaño, entre otras formas de vida y modos de ser–, derivadas de la sistemática y acumulativa negación de la verdad y la denegación de justicia.

En efecto, el perverso modelo de moralidad que se desprende de la interminable ausencia y la impunidad, se extiende como una enfermedad moral maligna, oscura y abyecta al conjunto de la base social, educada por instituciones y medios de comunicación al servicio del hedonismo de la sociedad de consumo y su industria del envilecimiento, algunos de cuyos rasgos son los siguientes: culto a los vencedores; reproducción acrítica, complaciente y acomodaticia de la impronta dominadora, depredadora, explotadora, ultracompetitiva, arribista e individualista del neoliberalismo; insaciable apetito de cuotas de poder, a cualquier costo y en cualquier nivel; opción calculada de no hacerse cargo de las propias palabras y acciones, dado que la verdad y la justicia no son consideradas como valores dignos de respeto, en razón de su carencia de rentabilidad en el corto y el largo plazo; transformación y degeneración de las personas en mercancías desechables, al igual que sus vidas y sentimientos, en un proceso de estrangulamiento progresivo.

Éstos y otros elementos han derivado en una anomia progresiva y una especie de barbarie soterrada en curso, despersonalizada y sin alma, como lo muestran los altos niveles de destructividad moral, pública y privada, en que la impunidad ha derivado, cuyo producto es el lumpenfascismo o lo que pudiera ser descrito en términos de una mezquindad organizada.[35] Ésta consiste en un sistema de relaciones sociales con arreglo a los fines del neoliberalismo, como estructura de pensamiento basada en una o más concepciones filosóficas, y plasmada desde dentro en todas las dimensiones de lo humano. Dicho sistema es la condición de posibilidad para llegar a ser un vencedor exitoso, poderoso e indolente ante el sufrimiento ajeno. Su tejido está dominado por la manipulación y la seducción, la utilización de personas con arreglo a fines individuales o institucionales de modo unilateral, o de común acuerdo implícito entre las partes; la depredación, el despojo y la traición como formas de vida legitimadas, incluso, al interior de la familia; el fin de los sentimientos, el silencio, el odio al conocimiento, y la voluntad de reproducir este modo de sobrevivencia a través de las generaciones más jóvenes.

La mezquindad organizada podría ser pensada como una forma social madura, pero difusa, derivada de la impunidad, cuyo fin es, por un lado, la radicalización del vacío del alma constitutivo del neoliberalismo y el hedonismo de la sociedad de consumo y, por otro, la mutilación y destrucción de las personas en todas sus formas, en función de la acumulación infinita de poder, dinero, territorio y prestigio. Esta mezquindad socialmente organizada sobre la base de negociaciones implícitas y silenciosas, constituye, por un lado, al neoliberalismo en su relación con la interminable ausencia del detenido-desaparecido. Y, por otro, a Chile, en su progresiva reducción a la barbarie, arrojado a la pendiente de “esta guerra sin gloria: creación de los amos”[36], iniciada antes del golpe de Estado de 1973, y perpetuada hasta la época actual por otros medios, cada vez más perversos, sofisticados, invasivos, subliminales, silenciosos, difusos, siniestros. Su virulencia es proporcional a la extinción del espíritu en Chile que abarca, entre otras dimensiones, la destrucción de la posibilidad de acceder al conocimiento y el autoconocimiento, y la emergencia legitimada del mal y la muerte del alma, en cuyo proceso de consolidación expandido transversalmente –tal vez, el más letal, aberrante y abyecto de todos–, “cada opresor es una máquina de muerte”.[37]

Éste es el contexto espiritual y político de los incendios de Valparaíso –entre otras manifestaciones de su ruina– y, en particular, de la quema del archivo fílmico del colectivo Cine Forum. Una de las hipótesis acerca del origen del incendio en la calle Condell, afirma que éste se habría iniciado en una de las sucursales de la farmacia Salcobrand, como consecuencia de la falta de fiscalización de sus instalaciones.[38] Esta depredación a mansalva llevada a cabo por la industria de la farmacia –con independencia de si está o no involucrada en este incendio–, es un ejemplo, entre otros, de la ruina psíquica vinculada a la implantación del modelo neoliberal y la impunidad que, en el caso de Valparaíso, se muestra como una pasmosa emergencia siniestra en medio de la farsa patrimonial y turística desplegada bajo las administraciones de la Concertación de Partidos por la Democracia.

A través de los festivales “Cine Otro”, el Colectivo Cine Forum ha declarado su adhesión a la defensa de la doctrina de los derechos humanos, como línea central de su concepción política. Y ha ofrecido una posibilidad, abierta a la comunidad, de pensar cuestiones como la memoria histórica, la impunidad y los movimientos sociales, entre otras, en los ámbitos nacional e internacional, a partir de sus exhibiciones, cuya relevancia para la cultura cinematográfica, la formación valorativa, intelectual y política, la educación en general, la ampliación de la conciencia, y la valoración de la historia de la opresión y lucha de los pueblos del mundo como parte fundamental de su patrimonio, ha sido poco considerada y valorada.

Por eso, la quema de su archivo es un hecho alarmante, pues compromete éstas y otras instancias de la cultura, la educación, el pensamiento y la conciencia, en sus dimensiones más nobles y constructivas. Y, peor aún, coincide significativamente, como expresaría Jung, con el estado de inconsciencia y su mortífera eficiencia expandida social, pero difusamente, a través de la mezquindad organizada, como decantación madura de la impunidad aplicada a la desaparición forzada de personas y la tortura, y vinculada tanto a los obstáculos institucionales para conocer a sus responsables, como al silencio acerca del rol de los civiles que fueron parte de la administración de Pinochet.

Por otro lado, la quema del archivo fílmico de Cine Forum se relaciona con la quema de libros y la impunidad en el siguiente sentido. En estos últimos dos casos, la conciencia y el conocimiento son deliberadamente destruidos, con el fin de favorecer las más sórdidas formas de dominación y la desrealización de la identidad, ya sea individual o colectiva, socavándola desde dentro y haciéndola desaparecer. En el caso del archivo, es imposible no asociar su destrucción a los efectos de la quema de libros y la impunidad, pues éstas constituyen imágenes y experiencias arquetípicas, cuyas formas pueden volver a manifestarse bajo otras condiciones y circunstancias, con independencia de las coordenadas de tiempo y espacio.

Y tal pudiera ser el caso del archivo. Ciertamente, no se trata de una acción intencional, pero tampoco de un accidente azaroso. Se trata, más bien, de un hecho que, en su emergencia inaudita, y por contraste, da cuenta de la transformación de la impunidad, y del sistema neoliberal mismo, en fuerzas suprapersonales, enteramente proyectadas desde el inconsciente colectivo a todos los ámbitos de lo humano, e incluso a las cosas.[39] En efecto, con su quema no sólo se perdió “una parte de la historia audiovisual de Valparaíso”, como correctamente declara Flores, sino también parte fundamental de los esfuerzos sostenidos de Cine Forum por hacer visibles y conscientes las luchas sociales y políticas, la memoria histórica de Chile y otros países, como expresiones vivas de la defensa de los derechos humanos, contra la barbarie, la dominación, la opresión, la impunidad y sus abominables lacras.

Esto es lo que hace aún más escandalosa la quema del archivo fílmico de Cine Forum, así como el silencio –con escasas excepciones– en torno a este hecho. Casi se diría que éste es, con independencia de sus causas directas, una especie de imagen encarnada de la impunidad misma como fenómeno cultural, la cual, al igual que el neoliberalismo, ha terminado convertida en una voluntad autónoma expandida de modo difuso, colectivo, impersonal y fuera de control, capaz de lesionar, pervertir y destruir todas las dimensiones de lo humano. Ella emerge desde las más siniestras profundidades de la psique disociada de Chile, frente a los crímenes de lesa humanidad, sus víctimas y testigos sobrevivientes. Y su mayoritaria negación durante la postdictadura ha pasado a estructurar su identidad mutilada sin conciencia de sí y, tal vez, sin otro destino que su hundimiento en una última oscuridad.

Ruinas sobre ruinas, la quema del archivo fílmico de Cine Forum es un hecho político alarmante, vinculado a décadas de insania y catástrofe moral colectivas, constitutivas de su historia política reciente dominada por la negación de su barbarie, el estado de inconsciencia y su maligna eficiencia, y la impunidad y el neoliberalismo como voluntades autónomas. Este hecho es, también ahora, aunque de otro modo, una ausencia, una oscuridad y un silencio, y es inquietante por lo que pudiera prefigurar en su dimensión prospectiva, abierta al futuro. Como la quema de libros por los estudiantes nazis, en 1933, que presagió un período de censura y control de la cultura mutiladores, aniquiladores, diabólicos, terminales. Y, en Chile, la postdictadura y su interminable duración ya demostraron que un control similar era posible por otras vías, sólo en apariencia menos dolorosas y aniquiladoras del espíritu, el ser, la conciencia, el alma y el cuerpo, como la guerra psicológica en su versión institucional, que abarca, entre otros frentes, el concurso-negocio administrado por el Estado, la acción depredadora de la casta parasitaria de los gestores, y la transformación de la cultura, las personas y la vida humana en su conjunto, en una extensión de la imagen corporativa de las transnacionales, sin alma.

La mezquindad organizada, cuya trama perversa de relaciones y ramificaciones constituye una derivación tardía de la impunidad y el fascismo histórico, es la impronta del neoliberalismo, la forma socialmente legitimada de la catástrofe moral que lo sustenta. El presente ejercicio de amplificación –realizado desde la perspectiva de un espectador activo– asocia la quema del archivo fílmico del Colectivo Cine Forum con la quema de libros, unida a la impunidad como metástasis psicológica y social, y la violencia que busca legitimarse en la historia, entendidas como imágenes arquetípicas y voluntades autónomas vinculadas a través de la ley que, en efecto, las ha normalizado y naturalizado. Esta amplificación busca ofrecer elementos para una explicación acerca de un hecho desperfilado –en el sentido militar de la expresión– por la mezquindad organizada que, como extensión de la impunidad en el tiempo, es una continuación de la guerra psicológica por otros medios, mucho más peligrosos, siniestros y devastadores, en razón de su autonomía respecto de la conciencia, y de su carácter difuso, ambiguo e inasible.[40]

Valparaíso, febrero-abril 2012




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NOTAS



[1] www.ciudadinvisible.cl. 6 de febrero de 2012.

[2] Entrevista de Felipe Montalva a Juan Flores, en www.ciudadinvisible.cl. 14 de febrero de 2012.

[3]Entrevista de Mario Casasús a Nelson Cabrera, en www.elclarin.cl. 15 de enero de 2012.

[4] Entrevista de Felipe Montalva a Juan Flores, op. cit.

[5] Véase, además, www.cineforum.cl, elcineotro.blogspot.com y cineforumvalparaiso90.blogspot.com.

[6] Víctor Hugo López Mohedano, “Cine político en América Latina, 1960 / 1970”. Ponencia presentada en el Encuentro de Estudiantes del Colegio de Estudios Latinoamericanos. Universidad Autónoma de México. P. 4. En ignorantisimo.free.fr.

[7] Véase Aldo Francia Boido, Nuevo cine latinoamericano en Viña del Mar. Universidad de Valparaíso-Editorial, 2002.

[8] Mariano Mestman, “La exhibición del cine militante. Teoría y práctica en el Grupo Cine Liberación”, en La comunicación mediatizada: hegemonías, alternatividades, soberanías. Compilado por Susana Sel. 1ª edición. CLACSO, Buenos Aires, 2009. P. 124. En bibliotecavirtual.clacso.org.ar.

[9] Op. cit., p. 129.

[10] “De los que vendrán no pretendemos gratitud por nuestros triunfos, sino rememoración de nuestras derrotas. Eso es consuelo: el consuelo que sólo puede haber para quienes ya no tienen esperanza de consuelo”. Walter Benjamin (1892-1940), Tesis sobre la historia y otros fragmentos (1939-1940). Edición, traducción e introducción de Bolívar Echeverría (1941-2010). En www.bolivare.unam.mx. P. 53. El autor, inscrito en la tradición marxista de la filosofía, discute con el marxismo de la socialdemocracia alemana –la versión oficial del discurso comunista o socialista–, desde su propuesta de transformar el utopismo occidental a través del mesianismo judío. De ahí, la importancia de la rememoración, implícita en su concepto de una tradición de los oprimidos, opuesto al discurso de la socialdemocracia, en que la clase trabajadora era considerada como redentora de las generaciones futuras.

[11]Entrevista de Felipe Montalva a Juan Flores, op. cit. Entrevista de Mario Casasús a Nelson Cabrera, op. cit.

[12] “Quema de libros”, en Enciclopedia del Holocausto. En www. ushmm.org.

[13] Diario La Opinión, 30 de abril de 1976. Citado en “Breve historia de la quema de libros”. En www.scribd.com.

[14] “Una visión de la existencia / como perpetua atrocidad. / Se hizo normal la atrocidad. / Lo patológico, la inocencia. / ¡Atrocidades del pasado! / no desalientan sino invitan / nuevas atrocidades en que el hado / se refocila con el hombre en su casa de citas”. Armando Uribe, Contra la voluntad, 51, p. XXXIX. Be-uve-dráis, Santiago de Chile, 2000. Hado: “Fuerza desconocida que, según algunos, obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos”. Diccionario de la lengua española. Real Academia Española. Vigésima segunda edición, 2001.

[15] Armando Uribe, El fantasma de la sinrazón. Be-uve-dráis, Santiago de Chile, 2001. P. 19.

[16] Op. cit., p. 49.

[17] Armando Uribe Arce y Miguel Vicuña Navarro, El accidente Pinochet. Sudamericana, Santiago de Chile, 1999. P. 73.

[18] “El inconsciente, en cuanto totalidad de todos los arquetipos, es el sedimento de todas las vivencias humanas, incluyendo hasta los inicios más oscuros, y no es un sedimento muerto –en cierta forma, un campo en ruinas abandonado–, sino sistemas vivientes de reacción y disposición que determinan la vida individual por vías invisibles y, por lo tanto, más efectivas”. Carl Gustav Jung, “La estructura del alma”, en Problemas psíquicos del mundo actual. Monte Ávila, Caracas, 1976. (Trad. M. Ignacio Purroy.) Pp. 136-137.

[19] Paz Rojas Baeza, La interminable ausencia. Estudio médico, psicológico y político de la desaparición forzada de personas. LOM, Santiago de Chile, 2009.

[20] Op. cit., p. 115.

[21] Op. cit., p. 153.

[22] Op. cit., p. 156.

[23] Ibíd.

[24] Op. cit., p. 161.

[25] Op. cit., p. 161.

[26] Op. cit., p. 168.

[27] Op. cit., p. 169.

[28] Op. cit., p. 181.

[29]Ibíd.

[30] Op. cit., p. 187.

[31] Op. cit., p. 188.

[32]Seminario internacional sobre la impunidad y sus efectos en los procesos democráticos, realizado en Santiago de Chile, diciembre de 1996. Informe de Louis Joinet, 2 de octubre de 1997. Citado por Paz Rojas Baeza, op. cit., p. 165.

[33] J. Collins, La Gran Estrategia, Principios y Prácticas. Círculos Militares Argentinos, 1975. Citado por Paz Rojas
Baeza, op. cit., pp. 120-121.

[34] Paz Rojas Baeza, op. cit., p. 181.

[35] El término “mezquindad organizada” ha sido tomado de la Filosofía de la nueva música, de Theodor Adorno (1903-1969). El autor utiliza los términos “mezquindad” o “mezquino” para referirse principalmente a los reproches de intelectualismo e individualismo dirigidos hacia la música de vanguardia o nueva música, representada por Arnold Schönberg (1874-1951), creador del sistema dodecafónico, una de cuyas características es la emancipación de la disonancia, prohibida en el sistema tonal que dominó la música occidental hasta fines del siglo XIX. Así, por ejemplo, refiriéndose a lo que reconoce como la dimensión social de la soledad, Adorno afirma: “El reproche contra el individualismo tardío del arte es mezquino, porque desconoce la esencia social de este individualismo”. Theodor Adorno, Filosofía de la nueva música. Sur, Buenos Aires, 1966. (Trad. Alberto Luis Bixio.) P. 41. Por otro lado, frente a la reducción de la música de vanguardia a su origen y situación sociales, que la considera un lujo burgués y decadente, afirma: “Éste es el lenguaje de una opresión de tipo mezquinamente administrativo”. Op. cit., p. 27. Ahora bien, Adorno usa el término “mezquindad organizada” en esta misma línea, pero ampliando su sentido, para referirse a procedimientos estéticos que dan cuenta de un “rebajamiento del caudal cultural” vinculado al autoritarismo. Su réplica, según él, está “en la fascinación que en el campo internacional el fascismo cultural alemán ejerció precisamente en esos intelectuales cuyas innovaciones fueron pervertidas y al mismo tiempo anuladas por el orden hitlerista”. Op. cit., p. 144. Véanse, además, las pp. 17 y 34. Por lo tanto, “mezquindad organizada” se refiere a las ramificaciones del fascismo, en los planos social y cultural, cuya consolidación depende de la eficacia de aquellas acciones, procedimientos, actitudes e ideas plasmadas desde dentro, en vistas a destruir la capacidad de conciencia y el ejercicio crítico, así como a abortar toda forma de creatividad y lucha genuinas frente a dicho orden. El presente trabajo utiliza el término “mezquindad organizada” también en ese sentido.

[36] Juan de Quintil, Inxilio (1973). Asteria (Serie Escrituración del Subsuelo), Los Tebos (Chile), 1992. P. 88.

[37] Op. cit., p. 83.

[38 ] La Estrella, Valparaíso, sábado 28 de enero de 2012, pp. 3 y 6.

[39] En el documental El tesoro de América. El oro de Pascua Lama (Chile, Francia, 2010), su realizadora, Carmen Castillo, elabora una reflexión acerca de la naturaleza del neoliberalismo, a propósito del conflicto entre Pascua Lama y la transnacional Barrick Gold, observando su transformación en una especie de fuerza impersonal o suprapersonal, convertida en un poder sin rostro, que trasciende incluso a los detentores visibles del poder, la riqueza y el oro.

[40] Desperfilar: “Alterar y disimular los perfiles de las obras de fortificación, para que a distancia no pueda el enemigo formar juicio exacto de su estructura”. Diccionario de la lengua española, op. cit.




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