Estamos todo bien

Los 33. Me alegro por ellos y sus quince minutos de fama, paseando por el mundo. Pero Chile está lleno de minas y socavones tanto más peligrosas o denigrantes que la mina San José.
La tragedia está desatada, ochenta y un chilenos han muerto en la cárcel de San Miguel, otros catorce están al borde del mismo triste final. Ya nada se puede hacer, como en otras ocasiones abundarán las declaraciones de buena crianza y nobles intenciones para tomar medidas que eviten desgracias como éstas en el futuro.
Las cárceles atiborradas constituyen otro oscuro socavón que, de tarde en tarde, pone de manifiesto el lado B de este paraíso neoliberal en que estamos insertos.
Pero en este nuevo reality- pues al parecer nos estamos acostumbrando a ello- son muchos los que brillarán por su ausencia. No habrá campamento alrededor de la cárcel. No llegará Don Francisco clamando por la solidaridad del país, tampoco lo hará el díscolo hermano pseudo cantante del presidente ni otros personajes de la ordinaria farándula criolla. Obviamente el actual mandatario, no entonará con el ministro de turno alguna canción emblemática de la izquierda chilena. Tampoco aparecerán aquellos personajes de la anterior administración de este perverso sistema que nos rige; lobbystas de la Concertación, ex ministros y tantos que ocuparon cargos de relevancia, ahora con cargos internacionales unos, en directorios de las grandes empresas, otros, podría seguir nombrando; aquellos que se enriquecen con grandes cadenas de colegios subvencionados, y aquellos otros que hicieron de la corrupción una rutina de sobrevivencia.
Esta cárcel, como tantas otras se hallaba sobre poblada de seres humanos que cayeron en el delito, aquellos que algunos llaman lacra de la sociedad, tal vez la mayoría traficantes o micro traficantes de droga. Allí no estaban los delincuentes de cuello y corbata, los grandes peces gordos que mueven grandes fortunas con este lucrativo negocio, y que de paso, permiten el tiraje de nuestra “exitosa” economía. No están los que se oponen, en aras de la libertad, a legislar sobre el levantamiento del secreto bancario, pues saben, que si se hiciera, rodarían cabezas con abolengo y tal vez, nuestro país tambalearía. Tampoco están aquellos que limpian sus conciencias en las iglesias ultra conservadoras del barrio alto, los explotadores, los dueños de Chile, artífices y protagonistas de las grandes desigualdades que carcome nuestra sociedad.
En esta cárcel ha muerto un segmento de los excluidos de la sociedad. Los hijos y nietos de un sistema que lleva más de treinta años de continua implementación. Aquellos que han vivido como algo habitual las mil caras de la violencia, productos finales de un sistema educacional cercenado ex profeso para crear un pueblo ignorante, desinformado, preso de sus miserias.
Podría escribir horas y horas tantos pensamientos que vienen como relámpagos a mi mente, tal vez sin coherencia entre ellos, lo más probable es que a muchos compatriotas les suceda lo mismo. Lo más probable es que en breves días este momento, estos hechos, como tantos otros, queden en el olvido, y permanezcamos impasibles a la espera de nuevas tragedias que, a través de las pantallas de televisión o de los titulares de periódicos, llenen el morbo colectivo acicateado por la manipulación mediática de los grandes medios de información. Nada más puedo decir. Encerrémonos en nuestras covachas: Ghettos, condominios (de los ricos y los pobres), fortificadas parcelas, no miremos al vecino y sólo repitamos: Estamos todos bien.

Nelson Herrera

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